Dos días con el Hermano Philip Pinto, cfc
Desde la primera charla se nos advirtió: “Estén atentas a aquello que les perturbe” “no precisamente a aquello que les pueda fortalecer” En efecto, la experiencia de estos dos días fue energizante, pero también desafiante, una auténtica jornada de fe en nuestro aprendizaje para llegar a ser discípulas de Jesús.
Miles de personas están con nosotras en este capítulo: Les recordamos en nuestros corazones, especialmente a los más pobres, y nos preguntamos: “¿Cómo las decisiones que tomemos van a afectarles?”
Cuando Dios toca nuestras vidas, nuestro universo se expande, esto nos causa temor… pero ¡nos hace libres! Dios trabaja en nuestras vidas: ¿vemos esto? Si no hay una experiencia de Dios en nuestra vida no puede haber misión. Debemos vivir la misión a partir de nuestra experiencia de Dios. Pero tenemos que descubrir el rostro de Dios que no conocemos todavía, no un ídolo. Tenemos que aprender de Jesús a mirar al mundo y a las personas de una nueva manera. Jesús viene a dar vista a los ciegos (Lc. 4, 18); éste es el centro de su mensaje como Mesías. ¡Pero no hay Mesías sin sufrimiento, sin muerte!
Un nuevo mundo ha nacido… y nosotros también estamos en proceso. En este mundo cambiante necesitamos una nueva visión de este mensaje central de nuestra fe. Debemos cambiar nuestra visión de un universo centrado en los seres humanos a una visión centrada en Dios. De hecho tomar conciencia del impacto global de nuestras acciones: estamos unidos a todos los planetas del universo, a todas las creaturas amadas igualmente por Dios.
De aquí la importancia de una “conversión ecológica”, comenzando con una protesta al reflexionar sobre aquello a lo que Dios nos está llamando.
Se puede sacar una conclusión importante. Si deseamos un mundo diferente, debemos también construir una iglesia diferente. Esta es una invitación a entrar en el misterio de Pascua: esto nos pide una capacidad de contemplación, nos pide no tener miedo a la realidad, no huir de aquello que no comprendemos, significa también ir más allá de nuestra propia seguridad y continuar buscando. No tomarnos tan en serio nosotros mismos exige humildad. Esto implica abajarse, perder el poder y despojarnos de nuestros ídolos.
Si estamos en comunión con toda la creación surge la pregunta de cómo vivimos en comunidad. “Vean cómo se aman” Decían los primeros cristianos. No hay misión sin vida comunitaria. Nuestras “antiguas comunidades” hoy pueden dar un testimonio positivo:
En el segundo día, escuchamos el llamado a los márgenes… Esto evoca la muerte y la vida… Solo entonces podemos emprender nuestro camino para llegar a ser las personas que estamos llamadas a ser.
Sigamos la verdad hacia donde nos guíe, aunque nos cause temor… porque si esto surge de una experiencia de Dios no hay necesidad de tener miedo. Debemos liberarnos para recibir al Dios del futuro. Necesitamos ver con nuevos ojos, descubrir que es lo que está surgiendo, escuchar el corazón de Dios, el corazón del mundo: Esto es la clave de la transformación. ¡Bien vale la pena invertir nuestra existencia por el Evangelio de Jesús! Llegamos a ser tan grandes o pequeños como el objeto de nuestro amor, de aquí un fuerte llamado a no quedar atrapados en la cárcel de nuestro confort material sino buscar al verdadero Dios, aquella flama de amor que arde y encuentra los más íntimos deseos de nuestros corazones heridos. Necesitamos tomar a Jesús seriamente, leyendo los signos de nuestro tiempo, lo que nos amenaza y nos desafía, leyendo con honestidad y sinceridad. Por esto no debemos tener miedo del trabajo interno que tenemos que hacer, toma tiempo hacer una reflexión seria de lo que está sucediendo en nuestras vidas; tomar las medidas necesarias para hacer esto (acompañamiento espiritual, lectura, oración, etc…)
Cuando miramos la vida de Jesús, nos impresiona su consistencia y coherencia. ¿De dónde obtuvo esto? Podemos comprender mirando el llamado de Moisés ante la zarza ardiente. La experiencia es acompañada por el llamado a una misión. Es la integración de la contemplación y la acción. El Dios que se revela a sí mismo en el Éxodo es un Dios liberador. ¡Jesús no nos llama a una nueva religión, nos llama a la vida¡ Somos sus seguidores o adeptos a una institución religiosa? Hoy, si somos sus discípulos, ¿estamos listos para identificarnos con el proyecto de Dios, para abrir el camino hacia el Reino de Dios? Esto requiere acciones proféticas: Necesitas gritar fuerte para hacer conocer el dolor del mundo. Liberar a Dios para el pueblo y liberar al pueblo para Dios.
Hemos escuchado muchas llamadas durante estos dos días, y podemos preguntarnos: ¿cómo vamos a proceder?
Primero, estando profundamente disponibles. Igualmente necesitamos tracender las fronteras de nuestra Congregación y aceptar también los cuestionamientos que el mundo nos presenta. Mirar cómo la vida se organiza en constante interacción con el medio ambiente. No seremos creativos al menos que aceptemos el largo y doloroso trabajo de cada parto, pasando a través de un túnel oscuro. Tenemos miedo de soltar, pero no hay atajos… ¡El caos por el que atravesamos es una bendición!
Tenemos la oportunidad de recibir, abrazar, dejar que nuestro ser se transforme por la gran fuerza de la vida. En la cruz, Jesús se puso él mismo en el lugar de alguien abandonado por Dios. Él lleva sobre sí la muerte eterna de aquellos que no creen en Dios y quienes están abandonados por Dios para que puedan vivir en comunión con él.” (Moltmann). Los discípulos son desafiados a aceptar su cruz llegando a ser siervos con él (cf. Mc. 8, 22- 10, 52). Sin la cruz, no somos discípulos del Señor…
Por Hna. M.F LE BRIZAULT
La liturgia de la Euchariste fue preparado por la Provincia de Nueva York y Mid North America